Según el diccionario de la lengua española, comunicación es la “transmisión de información entre un emisor y un receptor”. Hasta aquí, la definición es muy aséptica, pero cuando hablamos con nuestros hijos …
¿Cómo debemos comunicarnos?
Aquí exponemos algunos consejos prácticos:
- Mirando a los ojos al niño, de modo que se sienta escuchado. Con atención exclusiva a él en ese momento, a lo verbal y a lo no verbal, con los cinco sentidos, para que se sienta valioso.
- Fijando la atención exclusivamente hacia él en ese momento. Y aquí no vale hablar con el niño mientras estamos preparando la cena, con la televisión en marcha de fondo y pensando en el duro día que me espera mañana en el trabajo, sino centrando nuestra atención en él.
- Comprendiéndolo y expresándoselo, esto es, viendo las cosas desde su punto de vista, poniéndonos en su lugar. Ello no significa que compartamos sus opiniones, sino que respetamos su posición y aceptamos como legítimos sus motivos para hacer lo que hace.
- Sabiendo escuchar lo que el niño dice. Escuchar con mayúsculas, con toda nuestra atención en lo que dice el niño para entenderle; sin interrumpir ni pensar en cómo vamos a llevarle la contraria o reñirle cuando acabe de hablar.
- Fundamental: escuchar con respeto hacia el niño y hacia su punto de vista. Sin hacer gestos reprobatorios ni burlarse de sus opiniones o comentarios.
- Evitando los juicios de antemano. Los juicios son etiquetas y las etiquetas son perjudiciales, tanto las malas como las buenas. En las malas porque nunca se espera del niño que mejore, con lo que se le da por perdido de antemano, y en las buenas porque muchos niños sufren para dar la talla en aquello que se espera de ellos, y no se permiten fallar.
- Escuchando asertivamente, enseñaremos a los niños a sentirse satisfechos con su trabajo a través del aprecio exclusivo, de expresarles un día tras otro, nuestra satisfacción por su trabajo.
¿Por qué es importante la manera en que nos comunicamos con los niños?
La forma en que nos dirigimos a los niños será determinante para contribuir o facilitar su desarrollo potenciando su autoestima, su motivación, sus cualidades, sus capacidades, su disciplina, su responsabilidad y su productividad.
El desarrollo de su disciplina en primer lugar, de su responsabilidad después y de su productividad en último término, genera el proceso de maduración facilitando la transformación de niño a adulto.
Los padres deben saber la importancia que tiene la aceptación incondicional hacia sus hijos, lo que produce una seguridad en el niño tan profunda que despierta en él lo mejor de sí mismo; en este sentido, es muy importante librarse de las expectativas o el resultado que queremos obtener, ya que éstas nos hacen presionar al niño explícita o implícitamente.
No hay nada que desee más un niño que la admiración de sus padres y aunque éstos admiran muchas cosas de sus hijos, no suelen decírselas.
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